NOS GUSTA

EL CRISTO CIEGO

Una fábula sobre la Fe

“El Cristo Ciego” de Christopher Murray, joven realizador chileno que acaba de debutar en la selección oficial de la Mostra de Venecia, sorprende por la madurez y delicadeza al tratar diversos problemas asociados a nuestra realidad chilena. Rodada con personajes de la vida real, va construyendo un relato, que finalmente transforma al espectador en protagonista, lo involucra en una peregrinación imposible, a pie descalzo por los pueblos de la Pampa del Tamarugal próximos al desierto chileno de Atacama. Y a partir de esta experiencia va mostrando la dura realidad de esta gente abandonada, invisible a un país que no quiere verlos ni tampoco saber que existen. En palabras del director “la película circula por lugares donde el desarrollo no ha llegado, en el patio trasero del desarrollo”. De esta manera la fe se transforma, o más bien, se vive, en forma diferente en estos lugares, aclara el cineasta, casi, como un instrumento de supervivencia.

La película tiene múltiples lecturas y transita en niveles estéticos diversos, a veces sutilmente simbólicos, donde reconocemos algunos estereotipos del Cristo que subyace en el inconsciente colectivo de la gente, – aun no siendo cristianos o católicos – efecto que está dado por el actor que encarna el personaje central, y por el estilo casi pictórico de la construcción fotográfica: la mirada, las manos, la luz que incide en la delgadez de su cuerpo. Esto contrastado con un tipo de neorrealismo, que recuerda a las películas italianas de Pasolini, donde los pequeños detalles de los habitantes del pueblo se muestran tal y como son. Pero también los grandes planos de este magnífico y sobre cogedor paisaje del desierto bajo un cielo enorme y estrellado, como promesa de una señal, de una luz, que vendrá a salvarlos.

La película tomo seis meses de trabajo en terreno, donde el equipo interactuó con las gentes del lugar, escuchando sus historias, muchas de las que aparecen relatadas en el filme, y finalmente muchas de estas personas se constituyen como los personajes que el protagonista va encontrando en su camino.

Uno de los momentos notables de la película es cuando finalmente el profeta llega al lugar donde se encuentra su amigo, a quien debe salvar a través de un milagro. El plano se abre hacia una enorme extensión de paisaje al anochecer y vemos a lo lejos a un grupo del pueblo que ha venido siguiéndolo. El silencio de la noche desértica, la inmovilidad de los personajes, nuestra propia certeza como espectadores que no podrá hacerlo, transforman este momento, en una experiencia inolvidable.