CIELO DE AGUA / 1
Cielo de Agua, un guión escrito bajo el cielo de Madrid.
«Cogí una chaqueta, una brújula y una bolsa de lona con lo imprescindible. Mis botas eran tan sólidas y nuevas que confiaba en ellas. Tomé el camino más directo a París, firmemente convencido de que si iba a verla a pie, ella seguiría con vida»
(“Del Caminar sobre Hielo” Werner Herzog)
La escritura de un guión es casi siempre un trabajo solitario, tan diferente del trabajo de poner en pie toda la cinematografía que supone. Escribir un guión es ya de por sí algo extraño, porque debemos situarnos más allá de la mera escritura, y sobre todo debemos “estar” en el lugar donde ocurre la historia imaginada. Por ello, durante casi un año, mi mente trazó una línea entre los paisajes del sur de Chile y Madrid, mi lugar de residencia, desde hace tantos años ya.
Cuando uno se forma como guionista, estudia estructuras, mecanismos narrativos, creación de personajes, estilo, etc, cosas todas interesantísimas y necesarias, pero se olvida que esa soledad del guionista frente a la pantalla del ordenador, estará arropada por su capacidad de volar a lugares imaginados o concretos, en mi caso, los lugares donde ocurre Cielo de Agua, son aquellos que transité en mi infancia y adolescencia, situarme en ellos no fue tarea difícil.
El sur de Chile tienen ese cielo luminoso, brillante de colores en verano y lleno de tonalidades diversas cuando se acerca el crudo invierno, de Madrid se dice también que su cielo es especial, también luminoso, con un azul que impresiona y desafía la contaminación propia de una gran ciudad. Bajo este techo extraordinario, fui elaborando un guión, cuyo arranque es del todo atípico, ya que es una historia dentro de otra historia, es aprovechar la riqueza de una gran historia familiar para desarrollar una nueva historia, cuya protagonista es el personaje que en el guión “madre” (“En Tierra de Aguas”) desencadena el conflicto. He jugado con el cambio del punto de vista, me he posicionado desde un lugar, el cielo, donde la perspectiva cambia, y eso da la posibilidad de crear un guión más libre, asunto complicado porque siempre existe el peso de las normas narrativas que cuando se rompen debes hacerlo de manera precisa, sin trampas.
Cuando la escritura de un guión nace de una necesidad casi emocional, se transforma en un reto, en este caso detrás hay una historia de fracaso, surge de la negación y por eso tal vez crece con tanta fuerza. La imposibilidad de filmar el guión “madre,” desencadenó en nosotras una necesidad de superación enorme, porque ese camino lo habíamos, además, transitado con mucha gente que ilusionada nos había acompañado y había dado con tanta generosidad su trabajo, su aportación, su tiempo. Sentimos que teníamos una deuda, y que había que ponerse en pié y volver a caminar, tal vez no sobre hielo, como nuestro querido y admirado cineasta Werner Herzog, (cuyas palabras abren esta reflexión), pero sí sobre caminos duros y desiertos.
Tal vez, lo más interesante de esta escritura, ha sido ir acompañando, desde la distancia, el trabajo de Margarita, en producción y dirección. Hemos creado un tándem cuyas ruedas se van moviendo al unísono, ella delante, yo atrás, y a veces a la inversa, yo delante marcando el rumbo y ella ejecutando, y siempre sin parar, sin bajarnos a descansar, sin hacer caso al desánimo, a las cuestas arriba y aprovechando sobre todo, las cuestas abajo, donde hemos ido a toda velocidad, para que nada ni nadie detenga nuestro camino bajo el cielo de Valdivia, bajo el cielo de Madrid.
(En la próxima entrega Margarita nos contará cómo ha sido el trabajo de producción de Cielo de Agua)